viernes, febrero 27, 2009

APRENDER A RESPIRAR.



Es uno de los momentos que más disfruto. Cojo un libro y me voy a pasar un rato conmigo misma. A las afueras del pueblo, entre los dos cementerios, hay un banco estratégicamente situado a orillas de la pequeña carretera que parece hecho a medida para mí. El libro lo llevo siempre de paseo y poco más, porque las sensaciones que me rodean no me permiten jamás concentrarme en las palabras, por lo que termino rápido con él, sin ni siquiera haber empezado. Cuando llega la primavera el trigo y las amapolas contrastan con un precioso cielo azul que parece casi sacado de una película, por sus vivos colores y el hermoso efecto que le proporcionan las espigas doradas mecidas por el bailoteo de la brisa que las abraza. En invierno la sensación es diferente, el paisaje es mucho más seco pero también mucho más excitante para los sentidos que se alborotan y fluyen casi sin poderlos controlar, por el sol que esa estación se disfruta el doble, por el árbol que me cobija y hace música al ser mecido por el viento, por la paz, por el silencio, por la soledad elegida, porque me choco de frente con lo que siento, porque fluyen los pensamientos y me vacío de ellos y así encuentro lo que anhelo,la mente en blanco, la calma, el sosiego, escuchar mi respiración y sobre todo seguir su ritmo que a veces el estres me lo acelera y se me olvida respirar. Esto es vida, sin duda, con calidad, poco más preciso para sentirme en armonía con lo que soy. Esta es mi nueva fuente de energía, el pozo de donde muchas veces cojo fuerzas y a estas alturas me viene de maravilla tener un rincón como este en el mundo para pisar el freno cuando voy a mil.

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